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Relatos breves de terror ganadores

LOS LADRONES DE CUERPOS

            Era de noche y todo estaba tranquilo. Tomás se levantó de la cama y bajó a la cocina para beber un vaso de agua. Allí se encontró con su mujer que estaba sentada a la mesa, tomándose un vaso de leche caliente con galletas. Tomás le preguntó si no podía dormir, pero ella no contestó, y se limitó a mirarle de una forma muy extraña, entonces le preguntó si le pasaba algo, y ésta no respondió. Se levantó de la mesa y pasó delante de él, sin hablarle, sólo lo miraba y subió hacia la habitación.

         Se quedó solo en la cocina, sin entender lo que pasaba, de nuevo, todo estaba en silencio pero de pronto escuchó un burbujeo, no podía localizar de dónde venía. Se dio una vuelta por la planta baja pero no vio nada extraño, aunque seguía oyendo aquel extraño sonido; fue hacia el sótano, bajó los escalones y vio una especie de vaina enorme, verde, burbujeante y recubierta de un líquido viscoso y asqueroso, parecía estar abierta. Se volvió y se encontró con otra vaina, esta vez cerrada, cogió un destornillador y la rajó para ver qué había en su interior. Comprobó que dentro estaba ¡Él mismo! Era un hombre idéntico a él. Subió corriendo las escaleras buscando a su mujer, entró en el dormitorio y la vio tumbada en la cama, ya sin vida. Y a su lado, de pie estaba aquel otro ser, idéntica a ella, que lo miraba de forma terrorífica.

Celia Calavia Cacho 2ºA

 

EL COMIENZO DEL FIN

  Una noche de tormenta, en un oscuro sendero de un bosque de Leipzig, el carruaje de nuestro protagonista avanza lentamente, pues las ruedas se hunden en el barro y los caballos no tienen el agarre necesario para desencallarlas. A su lado, su acompañante, un hombre alto, calvo, de ojos saltones y facciones recias.

   Le llamó la atención que pasase todo el trayecto sin hacer nada, únicamente mirando los finos rayos de luna que intentaban atravesar la gruesa capa de nubes que cubría el cielo nocturno.

   Al llegar a la ciudad en que vivía, vio los escaparates de sus amigos judíos rotos, la sinagoga ardiendo. Se extrañó mucho, un mal presentimiento se le apareció.

   Al llegar a su casa, se bajó rápidamente del carruaje, casi en marcha, y se dirigió a su vivienda. Encontró la puerta abierta, lo que le apareció ante su vista, le dejó paralizado: el cuerpo de su mujer yacía en el suelo, y a su lado, los cadáveres de sus hijos. Todo indicaba que habían sido apaleados hasta morir.

   Entonces comprendió todo, era una persecución a los judíos. Tal vez fuese por el asesinato de un diplomático alemán en parís a manos de un judío, tal vez fuese por la fobia que se había ido desencadenando hacia su pueblo. Fuera por lo que fuese, tenía que escapar inmediatamente de allí.

   Comenzó a huir hacia el bosque. Corría todo lo que sus piernas le permitían, por el camino encontró al carruaje en el que había venido, volcado. Por la ventanilla sobresalía la cabeza de su acompañante, estaba muerto. Diez metros a la derecha, estaba el cuerpo sin vida del cochero, Había sido decapitado.

   Esto le dio más impulso para correr. Cuando ya no podía respirar, paró y miró atrás: estaba solo. Respiró hondo, al disponerse a reanudar la carrera, una voz fuerte, enérgica le dijo:

 -¡Alto!

  El resplandor de un relámpago le reflejó el brillo del acero: eran dos SS que estaban frente a él.

  Era la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, la noche que sería conocida como la ReichsKristallnatch, la noche de los cristales rotos.

                                                                                                      Diego Sainz de Mena 2º A

 

LA NIÑA SIN NOMBRE
la Caintball

     No había pasado todavía el último susto, y la chica volvía a sentir en su interior el mismo impulso. En esos momentos de impresión ni siquiera ella misma sabía lo que por su mente trastornada podía cruzar.

     No era una chica mala, ni siquiera parecía rara cuando se juntaba con las demás. Ni un aire esquivo, ni apartada parecía cuando todos los días compartía su vida cotidiana con los demás chicos del pueblo.

     Tan solo tenía 12 años. Le gustaba jugar y cantar; reía como nadie con esa sonrisa de niña inocente…

     Un 24 de enero de 1994, había nevado y lucía el sol. Otra chica, Laura, se levantó como lo hacía todos los días, pero hoy era distinto. La mala suerte se había cebado con ella y esta vez no iba a ser diferente. Al ir al instituto encontró algo raro y como siempre que algo le llamaba la atención Laura iba a llevarlo a su fin.

     Un carricoche del que surgía un sonoro llanto, estaba estacionado frente a una mansión nunca advertida por Laura. Dentro de él, un bebé no tan agraciado como los demás, sostenía una nota que hablaba de la casa y del suceso que en ella ocurriría dos días más tarde

     La nota hablaba de una niña a la que Laura creía no conocer lo que no sabía es que la tenía más cerca de lo que creía.

     Pensaba que esa nota era otra de las travesuras que los demás niños del pueblo le hacían, pues Laura si estaba sola. Pero aun así leyó la nota con mucho cuidado pensando en cada detalle.

     Dos días después, el 26 de enero de ese mismo año en la mansión de los Caintball¸ la única descendiente de ese clan iba a repetir una de sus hazañas por las que se les conocían: “LA GRAN MATANZA”

     En esta carta decía textualmente que la persona que encontrase esta nota debía de estar ese mismo día a las 2.00 horas de la noche en la puerta principal de la mansión. Laura, muerta de miedo y por su curiosidad, decidió ir y el 26 de enero se levantó a la 1.45 y a la 1.59h exactamente Laura se encontraba preparada con su linterna y su teléfono cada uno en una mano respectivamente. No se imaginaba que lo de la carta podía ser verdad y lo quería comprobar. A las 2.00h la puerta del antiguo edificio se abrió dejando iluminado tan solo el pasillo central por el que Laura penetró en la casa. Encendió su linterna y fue siguiendo un rastro de tono rosáceo que había extendido por el suelo. De pronto, el rastro terminaba en el centro del pasillo dejando dos puertas una a cada lado del pasillo. Laura debía elegir el camino que iba a tomar y con esa decisión su destino…

Eligió la puerta de la derecha tras haber estado pensando cual sería la mejor opción durante largo rato. Abrió la puerta y una habitación que parecía enorme se reducía por momentos, acercando a Laura hacia una silla donde se encontraba una sombra que le resultaba familiar y una voz repetía: No quiero pero tu momento ha llegado. Laura, Laura…

     A la chica cada vez le temblaban más las piernas y en un momento de lucidez decidió darse media vuelta y acabar con ese mal rato que su osadía le estaba haciendo pasar. Pero lo peor estaba por llegar; al intentar abrir la puerta no pudo, su propio terror se lo impedía. Sus gritos se podían escuchar desde la calle, sus manos doloridas por los golpes a la puerta y sus ojos hinchados  por las lágrimas que de ellos caían.

     La voz cada vez se oía más cerca, y la habitación en la que buscaba un pequeño agujero por donde escapar era más pequeña cada segundo que pasaba. De pronto la sombra se convirtió en una realidad y la chica sin nombre salió a la nitidez. Seguía repitiendo lo mismo: No quiero pero tu momento ha llegado. Laura, Laura…

     Ahora la chica sostenía un gran cuchillo de hielo en la mano y al verlo, Laura se aferraba a chillar más fuerte todavía, pero sus chillidos no servían de nada. Todo estaba perdido. Esa sonrisa inocente, el aire tan normal y la joven imagen de la niña se habían convertido, en un momento, en el rostro más perverso y terrorífico imaginable.

Entonces sucedió, Laura despertó y todo su sueño acabó.

Rocio Ruiz 4º ESO

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